miércoles, 18 de enero de 2023

Los Cuervos (España)

 

El grupo “Los Cuervos” tuvo una carrera excepcional de 1966 hasta 1973: triunfó en Bélgica, Francia, Alemania, Portugal, México; grabó seis singles, actuó en televisiones nacionales, todo ello insólito para cuatro veinteañeros emigrantes en Bruselas. Dos eran asturianos: Tino y Tony, Laurentino García Álvarez (Las Agüeras de Quirós, 1946), líder y bajo, y José Antonio Martínez Díaz (Mieres, 1946), cantante y compositor. A punto de cumplir 16 años, Laurentino García Álvarez quiso entrar en la mina. Su padre, un ganadero de Las Agüeras de Quirós, le dijo: “Entiérrate de muerto, no de vivo”. Tino le tomó la palabra, fue en bicicleta hasta Trubia, cogió un autocar hasta Oviedo y sacó el pasaporte. Un día de 1962, en la estación del Norte, se subió con una maleta rota a un tren con asientos de madera, hizo transbordo en Venta de Baños, se bajó en Bruselas sin tener dinero ni saber francés y se reencontró con su hermano mayor.
En pocos días entró de aprendiz en un taller que hacía butacas para cine y teatro. “Ganaba para poco más que la pensión. Quería ir más allá: trabajaba de camarero los fines de semana y compré una guitarra. Dos amigos, uno de Salamanca y otro de Mieres, y yo empezamos a romper cuerdas y a espantar ratones en un sótano prestado. Luego supimos del siciliano Giuseppe Spina, ‘Pepe’, que tocaba la guitarra y entró en el grupo”. José Antonio Martínez Díaz, Tony, llegó a Bruselas a los 16 años, reclamado por su madre, que llevaba un año allí. Hizo el viaje en Alsa con su hermano pequeño y una guitarra clásica con las cuerdas de acero que tocaba hasta que le sangraban los dedos. La había pedido a los abuelos a los 12 años y se la regalaron a los 13. Empezó a trabajar en una panadería, no aguantó en la construcción, hizo una Formación Profesional de soldador ajustador y lo ejerció en aquella ciudad de cielo oscuro que solo desprendía calor entre los que hablaban español en torno a la estación de Midi. En un viejo cine, con baile animado al acordeón y la batería por un par de belgas, Tony, 17 años, se lanzó a cantar “Popotitos” de Enrique Guzmán y un par de canciones de su admirado “Dúo Dinámico”. Al terminar, se le acercó Tino. Le dijo que le gustaba cómo cantaba, que tenía un grupo que estaba aprendiendo a tocar en un sótano y le propuso ser el solista. En el sótano, a partir de las cuatro de la tarde, después de trabajar y de comer, montaban las canciones que les gustaban.
El salmantino y el mierense abandonaron el grupo, que quedó descompensado: le sobraban guitarras y le faltaba batería. Tony recuerda que le dijo a Tino “que tenía mejor oído, que cambiara la guitarra por el bajo”. Encontraron un batería casi niño, Salvador Martín Bracho, gaditano de La Línea de la Concepción. Tino fue a convencer a los padres de Salvador de que eran un grupo serio, que iban a trabajar con disciplina y sin fumar ni beber. “Era así y yo me encargaba de mantenerlo porque un grupo de chavales de 20 años sin control dura tres semanas”. Durante años, Tino firmó como responsable de Salvador, menor de edad para entrar en los locales en los que tocaba la batería. Por los teclados que oían en las canciones de “The Animals” añadieron al único belga, Daniel Van den Bossche, que tocaba el órgano, el melotrón, la flauta. Como si los hubiera estado incubando, el dueño del sótano los sacó al exterior para su primera actuación el 31 de diciembre de 1966 como quinteto. Fue en un antiguo cine de Moulenbeck reconvertir en la sala de fiestas La Lune. “Habíamos comprado unos uniformes negros con solapas altas. Cuando mi madre me vio vestido de esa manera dijo: ‘Pareces un cuervo”. Así recuerda Tony cómo Luisa bautizó el grupo sin pretenderlo. Sus veinte canciones, bien tocadas y de repertorio moderno, las que les gustaban, encantaron al público. No animaban con canciones antiguas y añorantes ni con pasodobles o rumbas, sino con “Rolling Stones”, Joe Cocker, Tom Jones, Engelbert Humperdinck, en francés, en inglés, en italiano, español, en lo que hiciese falta. Consiguieron más actuaciones, se presentaron a concursos… “Mi padre dudaba de que fuera músico con mis melenas hasta que fue a un festival y tuvo que apartar a gente para protegerme”, recuerda Tino.
Cuando los compromisos musicales fueron suficientes, Tino abandonó la empresa de electricidad, y Tony, el taller … Y al año despuntaban por sus llenos. Al acabar un pase en una sala de fiestas, cerca de la Grand Place, un hombre se presentó a Tino. “Era director de Philips en Bélgica, me dijo que sonábamos muy bien y nos propuso grabar. Se me cayó el mundo encima. Éramos unos chavales emigrantes llenos de ilusión, nadie nos ayudaba y, de pronto, íbamos a tener un disco”. En 1968 grabaron dos singles, “Ne pleure pas” (versión de “Créeme” de “Los Ángeles” en francés) y “Hey hey”, en francés y en español, y “Les cloches sonnent” y “Julín”. Tony compuso varias. Los discos les llevaron a las emisoras de radio y a las cadenas de televisión, que los pusieron en circulación más allá de Bélgica, principalmente en Francia. En Porspoder (Normandía), tocaban el mes de julio entero. El día pescando y holgando y la noche actuando en la discoteca. “Había que echar a las chicas del camerino”, recuerda Tino. Para los viajes compraron una roulotte. Después de siete años de carrera “Los Cuervos” estaban en su mejor momento. Tenían una actuación en Barcelona y un proyecto de gira en América Latina, donde iban a lanzar su disco “Qué pena”.
El segundo tirón discográfico fue en 1972 y el “Piripipí” la canción de bandera. Vinieron a promocionarla a Madrid, pero les suspendieron la actuación en TVE por telegrama. No saben quién lo frenó. “Escúchame”, otro single de ese año, fue récord de ventas en Portugal y los llevó a actuar en directo en el Teatro Nacional para la televisión portuguesa. Fueron el grupo de la fiesta de los médicos de Bruselas, compartían cartel con Marie Laforet, Richard Anthony, Demis Roussos, que quiso fichar a Salvador para una gira por Estados Unidos. El 14 de octubre de 1973 volvían de actuar en Colonia (Alemania). Giuseppe había comprado un Alfa Romeo azul marino y quiso estrenarlo en ese viaje. Tino regresó a Bruselas solo, conduciendo la furgoneta Mercedes roja, rotulada con el nombre del grupo. En Lovaina, al otro de la autopista, vio una accidente y varias ambulancias. Llegó a casa y durmió. Por la mañana, una amiga de Tony fue a su casa a preguntar por él. Tino tuvo un intenso presentimiento, cogió su Ford Mustang y condujo hasta la casa de Giuseppe en las afueras. “La puerta estaba abierta y oí llantos. Me cayó el alma al suelo”. Tony viaja en el Alfa Romeo: “Atrás, junto a Dany. Delante iban Giuseppe y Salvador. Pepe se durmió, perdió el control y dimos varias vueltas de campana”.
Saltaron la mediana, el siciliano salió despedido muy lejos a través del parabrisas y fracturó el cráneo por tres sitios. El teclista rompió la pelvis. Salvador murió. La muerte de Salvador, el pequeño, el gran batería que prefirió quedarse con “Los Cuervos” a seguir a Demis Roussos en su gira estadounidense, los hundió. Mientras su disco triunfaba en México, Pepe seguía en el hospital y no era seguro que sobreviviera. Tino devolvió todo el material nuevo, comprado a crédito, cuando no pudo afrontar los pagos. Tony atendió los compromisos con la discográfica y grabó dos discos pendientes como Tony Martínez, Tony Martin y Tony & Miguel. “Los Cuervos” no volvieron a tocar. Tino estaba casado desde 1969 con Emma, una ovetense que bailó clásico con Maurice Béjart. Tenían una hija de 3 años, Emmy. Buscó trabajo en una empresa de transportes y llevó antigüedades desde Escocia hasta Ankara (Turquía), donde las restauraban y enviaban a un millonario a Estados Unidos.
Luego se ganó bien la vida al frente de transportes especiales. Regresó a España con 36 años, a ocupar un piso que tenía en Gijón, donde vive. Hizo su carrera en Alsa, en líneas internacionales, el Supra, el centro de formación y la inspección de calidad de servicios especiales. Le ilusiona su nieto tejano, Erik Dongil, un músico de metro noventa que representó a EE UU en Australia como imitador de Elvis. Tony, divorciado hace muchos años de una asturiana de Bruselas, regresó a España por el sol, se instaló en Lloret de Mar, donde se ganó la vida tocando con su saxofón y en un grupo con su hija. Hace 25 años que vive en Lanzarote. Se jubiló, tiene estudio en casa y compone para otros.
Pepe siguió tocando; Dany, el organista, fue músico toda la vida.
Un cartel en la capital europea se pregunta: “¿Sabes quién viene a Bruselas? Los Cuervos”. Tino: “Aunque vivimos penurias, nunca lo pasé mejor”. Tony: “Éramos cinco amigos”. “Los Cuervos” han sido redescubiertos y reunidos por Miguel Menéndez, un maestro salmantino de 34 años que emigró con su pareja a Bruselas hace siete. Coleccionista de vinilos, se hizo con más de 300 discos grabados por emigrantes, la mayoría autoeditados, sistematizó la información y publicó “Rumba hispano-belga. Sonidos de la emigración española en Bélgica”, libro-disco con tres cedés. El periodista Joan F. Losilla dirige Madmua Records, un pequeño sello discográfico que edita en vinilo joyas desconocidas de los sesenta y setenta y ha publicado un EP de “Los Cuervos” que contiene “Julín”, “Vuelvo a soñar”, “Hey hey” y “Qué pena”.
Los Cuervos:
Laurentino García Álvarez - líder, bajo
José Antonio Martínez Díaz - cantante, compositor
Giuseppe Spina, ‘Pepe’ - guitarra
Salvador Martín Bracho - batería (falleció el 14 de octubre de 1973 en un accidente automovilístico)
Daniel Van den Bossche - órgano, melotrón, flauta

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