jueves, 4 de noviembre de 2021

Cinder & Ashe

 

Editorial: DC
Año: 1988
Guión: Gerry Conway
Dibujo: José Luis García López
Género: Policial Noir
Escaneo: CRG
Archivos: 4
Tamaño: 37.3 Mb.
Formato: Cbr

Las aventuras del ex soldado norteamericano (Ashe) y la joven ladrona retirada de las calles de Saigón (Cinder), un dúo investigador más próximo al Equipo A que a Luz de luna, no hubieran desentonado lo más mínimo serializadas en cualquier revista de Toutain o recogidas en un tomo de Bonelli. Aunque sus autores, Gerry Conway y José Luis García López (quienes ya habían coincidido en Atari Force, una atípica y reivindicable space opera basada en los juegos de Atari), son profesionales curtidos entre los héroes con pijama, el resultado es una amalgama entre la ficción televisiva ortodoxa y el cómic de autor adscrito a género. Conway, elabora un atractivo plot inspirado en estilemas clásicos del género (la corrupción institucional, el pasado turbio que regresa, la violencia contra el inocente, etc.), más contundente a nivel formal que emocionalmente significativo, o si se prefiere, más aprendido en los libros y el cine que en la vida. ¿Por qué digo esto? La trama, en su vertiente noir, sigue los patrones de género, o sea, nos da lo que esperamos encontrar y esto es bueno, pero avanza a golpe de tópicos consolidados (muy de los ’80), que le restan efectividad. Por ejemplo: buscan a una chica secuestrada y una testigo les dice que se la ha llevado un tipo grande con tatuajes y una furgoneta tuneada, lo que deja bien clara la posición de la América bienpensante sobre el particular (el tatuaje, por cierto, es un murciélago sobre la cara, lo que nos remite al Dark Knight returns); o la demagógica comparación entre la Saigón en los ‘60 y la Nueva Orleáns en los ’80, nada sutil mensaje de que EE.UU. estaba en guerra contra la delincuencia, idea muy del gusto de Punisher (quien ¡ya es casualidad! resulta que también es creación de Conway).
Por si fuera poco, el principal antagonista es un asesino, borracho, putero, violador y de la CIA, en lo que parece una parodia del Comediante, con todos sus rasgos execrables y nada de su humanidad (su físico, en cambio, parece más inspirado en el agente Garret de Elektra Assassin). El mismo problema tienen los pandilleros, directamente extraídos de cintas como El justiciero de la ciudad (Death Wish, 1974) y que entonces infestaban las colecciones de los tipos duros de la editorial, como el adecuadamente llamado Vigilante (creado por Wolfman y Perez en las páginas de The New Teen Titans). Conway resbala, además, en los diálogos, sin chispa, sin ambigüedad, más atento a lo que conviene para la intriga que a la caracterización, y no sólo no está acertado en las metáforas (eso de “el rugido del león” suena infantil, en este contexto) sino que a menudo cae en la verbalización excesiva, tal vez desconfiando de que las imágenes hablen por sí solas o de la capacidad del lector para aceptar la sugerencia. A veces, incluso, parece “reescribir” las ilustraciones, como en la chocante secuencia de cuatro viñetas donde los detectives y su cliente negocian la tarifa y que resulta obvio que no está dibujada para eso.
Fuera de la intriga netamente policíaca, el argumento cobra fuerza en los flashback, donde se nos define a los personajes principales en momentos de su vida anteriores a su presente relación profesional. Aunque, de nuevo, Conway no puede evitar caer en estereotipos sobre Vietnam, nos seduce, sin embargo, con esa Cinder niña que no es sino la versión menos complaciente de la Tormenta ladrona en El Cairo, o con ese joven Ashe, más simple que un botijo (pero entrañable), que aprende a pescar con su padrastro pero se hace soldado para comprender a su verdadero padre, a quien no conoce. En este tramo los detalles parecen más vívidos y auténticos, las caracterizaciones más humanas y contradictorias, no tanto porque lo sean realmente sino porque impactan sobre los personajes y los cambian. Por ejemplo: la violación de una Cinder prepúber, sin escapar del tópico (casi todas las vampiresas del género cuentan con un historial de abusos sexuales), es relevante y audaz, un plano desagradable que es difícil que olvide cualquier lector. Sin embargo, la recuperación de Lacey para el presente no es sino un elemento desestabilizador convencional, como cuando a Remington Steele le recordaban su pasado como ladrón, algo que no excede de la funcionalidad episódica. En la coyuntura actual todo eso ya está superado y casi que entorpece y desdibuja el nuevo drama, el caso para el que son contratados los detectives. De ahí que nos interesen más los sucesos pasados, que percibimos sustanciales, que la teórica trama principal, que no es sino otro caso para la pareja protagonista. En rigor también hay que advertir que cuando se conjugan dos periodos en una historia es difícil no sucumbir al predominio de uno sobre otro. Es un juego arriesgado y Conway no sale lo bien parado que debiera.
¿Qué es lo que pone a Cinder and Ashe, entonces, por encima de la media? El apartado gráfico, sin duda, con un José Luis García López en plenitud. García López es un maestro nacido en España, revelado en Argentina y bregado luego en el variopinto catálogo de publicaciones DC, donde su prestigio llegó a tales cotas que la compañía le confió el diseño institucional de sus personajes principales. La imagen que tenemos de la compañía en los ’70 le pertenece a él, incluso más que a Neal Adams, y las portadas más representativas de la época brillaban con su línea clara, sus proporciones clásicas y su composición elegante. A España llegó parte de ese material en chiquitito (con Novaro) o a tamaño gigante (en los álbumes que Bruguera dedicó a Batman y a Superman). Aún hoy día seguimos viendo sus dibujos en camisetas y anuncios de personajes tan icónicos como Superman, Batman, Aquaman o Green Arrow. Ninguna audacia se le resiste: picados, contrapicados, escenas cinéticas, gestos y expresiones corporales, profundidad de campo, adornos y ropas de calle, etc. dibujando todo con tal naturalidad que ni te das cuenta de ello. Mención especial merecen las portadas, con grandes paneles que nos recuerdan la guerra, ya dando a entender lo que arriba sostengo: que el hilo detectivesco es sólo el acompañamiento de lo que tal vez debería haber sido tratado más como un drama bélico con tintes policiales que al contrario. Si el relato se sigue con interés y emoción se debe, sobre todo, a sus lápices, que lucen como nunca en la edición conmemorativa de Planeta DeAgostini, en blanco y negro. Sin embargo, la serie original (una serie limitada de cuatro números que llegó a España de la mano de Ediciones Zinco) era a color, no el de puntitos, sino el destinado entonces para las ediciones Baxter. Sin ser malo, era bastante convencional y de reeditarse tal vez sería conveniente una revisión a fondo como la que Bolland realizó para La broma asesina, acentuando las características del dibujo y potenciando una paleta más adecuada al tono de la historia (que la acercara a los escenarios sórdidos de La escena del crimen, por ejemplo).
Conviene observar que, si bien hoy día la pareja de investigadores chico-chica es habitual tanto en el cine (Asesinato en la Casa Blanca), la televisión (Expediente-X, Bones) o el cómic (Powers, Sach & Violence), en los ’80 no era para nada corriente, sobre todo si no había relación sentimental entre ellos. Eran los tiempos de Arma letal y similares. Tal vez fuera esa la causa de que en su día las cadenas rechazaran la oferta de Jenette Kahn (presidenta de DC) para convertirla en serie de tv, para lo cual contaba con evidentes mimbres ya desde su concepción. ¿Quién sabe? En estos tiempos donde las relaciones profesionales entre ambos sexos se han normalizado y la truculencia ya no es un problema (véase Juego de tronos) a lo mejor alguien se acuerda de esta pareja y nos da una alegría, aunque sea en una adaptación tan infiel como la de Blanco humano.

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